El caso de la tecnología para fortalecer la democracia Samira Saba

Aunque la Organización de las Naciones Unidas - ONU - no busca promover un modelo específico de gobierno, y más bien fomenta la libertad de las naciones para que desarrollen su propios sistemas –siempre democráticos-, los valores fundamentales de cualquier modelo deben ser contundentemente los mismos: mayor participación, igualdad, seguridad y desarrollo humano.

¿Y qué rol juega la tecnología en esta historia? Ya lo advirtió un líder norteamericano hace más de cien años cuando dijo: “Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia”. Si el verdadero progreso es el que pone la tecnología al servicio de todos, y si la integridad de las elecciones es el alma de las democracias, el término “tecnología electoral” debe ser cátedra obligatoria para las comisiones electorales.

Si bien es cierto que los grandes cambios nunca se han producido en el momento mismo en que aparece una nueva tecnología y que la consolidación de estos adelantos tarda años, hasta que las tecnologías se estandarizan y son adoptadas de manera masiva, un área donde el desarrollo tecnológico ha sido especialmente lento es aquella tendiente a fomentar la democracia.

Alrededor del mundo, desde los países más desarrollados hasta los que enfrentan mayores desafíos, el llevar a cabo elecciones seguras y transparentes es una enorme oportunidad para fortalecer los cimientos de cualquier democracia verdadera. 

Sin embargo, en la mayoría de los países, todavía hay muchos procesos que se llevan a cabo de forma manual, a pesar de que ya existe la tecnología para mejorarlos: la autenticación del votante, la votación misma, el conteo de votos, la obtención de resultados electorales y la totalización. 
                              
En cada una de estas etapas, este sistema de 2000 años de antigüedad es -en el mejor de los casos- poco confiable, y pervertido en el peor de ellos, ya que da lugar a toda clase de problemas. Con frecuencia estos problemas se esconden bajo la alfombra, y al no desaparecer, continúan pervirtiendo el ideal de la democracia, es decir, que sea la auténtica voluntad popular la que prevalezca durante una elección. 

La tecnología electoral tiene el potencial para mejorar todos los procesos asociados a la elección, desde la misma logística que implica un proyecto de tal alcance, facilitar auditorías que incrementen la confiabilidad en los resultados, garantizar gobiernos legítimos, electos de forma transparente y exacta.

Todo esto puede revertir las tendencias negativas que se evidencian en algunos países con relación a la participación ciudadana en general. Además, las democracias del mundo se están moviendo hacia modelos más participativos, donde se celebrarán votaciones con mayor frecuencia, y habrá una interacción mucho más fluida entre los ciudadanos y los gobiernos.

Y aunque mientras haya innovación este es un camino sin destino final, el panorama es alentador, ya que los mismos ciudadanos reconocemos que el mundo necesita, sin duda, ser mejor gobernado. Y estamos aprovechando cada tecnología para hacérselo saber a nuestros líderes. 






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